6.2.08

UNA DE TANTAS

Hace unos años viajaba junto con dos amigos de la infancia, al pueblo de Carcas, un lugar desierto en todos sentidos, por la geografía misma y por la poca gente que aún vivía en ese extraño sitio. Iban a visitar al abuelo de uno de ellos que había pedido desesperadamente que su nieto primogénito lo fuera a visitar. Salieron desde la Ciudad de México en autobús hacia San Luis, desafortunadamente no pudieron alcanzar el último tren, debido a que hubo un atraso de 45 minutos en la salida del camión, tiempo suficiente para perder su paso.
Para ese momento, ya no había transporte alguno que los llevara hasta la estación indicada.
Preguntando en la central las posibles maneras de llegar, un señor se acercó y les dijo que los podía llevar y aceptaron ir en la parte de atrás de su camioneta, que era el lugar que les ofrecía. La tarde comenzaba a caer y el frío del desierto en noviembre se hacía presente a cada instante al igual que el viento que soplaba fuertemente. Después de un par de horas detuvo el vehículo y les dijo: Hasta aquí jóvenes, yo tengo que regresar antes de que todo esté más obscuro, ustedes se siguen derecho y encontrarán lugar. A simple vista no podían observar nada así que avanzaron unos metros por lo que intentaba ser un camino. Minutos después toparon con una construcción muy vieja que tenía al frente una gran puerta de madera. Tocaron aún sabiendo que seguramente nadie respondería y así fue. La intentaron abrir, forzaron un poco y se escuchó un gran rechinido que parecía un llanto de niño, un lamento que se mezclaba con el aire que soplaba cada vez más intenso muy cerca de las faldas de la montaña. La puerta se azotó como si descargara el paso del tiempo en unos segundos. Decidieron entrar sin saber lo que podía pasar. Ya estaban cansados del viaje pero sin la disposición de dormir, ni siquiera de cerrar los ojos, pero buscaban un refugio. Se respiraba un olor a viejo, a metales, un abandono que marcaba su huella. Unos grandes nubarrones se hacían presentes, no llovía pero parecía que no iba a tardar mucho en hacerlo ya que el cielo para ese momento era más que negro. , La obscuridad con el paso de los minutos era más grande al grado que ni siquiera podían ver la palma de las manos a tan sólo unos centímetros de distancia. El miedo no existía, aún no había motivos para poder sentirlo. A distancia comenzaron a escuchar una campana sin compás, sonaba, paraba y pasaban varios minutos en que lo volvía a hacer sin ritmo y sin secuencia, era extraño. Se fue escuchando más fuerte y más fuerte como si se estuviera acercando hasta que el ruido se volvió insportable ...

No hay comentarios: